sábado, 12 de marzo de 2011

El nadador de Elmgreen & Dragset

Sara Fuentes
Elmgreen & Dragset
Amigos
Hasta el 05/03/2011 en Galería Helga de Alvear


Elmgreen & Dragset explican en la entrevista que publica la revista Shangay –la publicación más leída del ámbito LGTB nacional- , que el impulso de transformar en sauna gay el espacio de la Helga de Alvear, partió de la propia galería. De manera despreocupada y seductora, los artistas comentan que accedieron encantados, ya que observaron que el suelo de la galería era sorprendentemente análogo al de una sauna.
El artículo de la Shangay recibe al visitante, clavado con chinchetas en el tablón de anuncios. El viaje al interior del espacio reservado al sexo del hombre gay (que despierta igual cantidad de temor y de morbo) se prevé, por lo tanto, alegre y superficial. Una travesía sin sobresaltos entre decorados y atrezzo donde no huele a vapor o a cuerpos que transpirasen.

En el mostrador, el encargado de la sauna entregaría al cliente una toalla, sandalias y la ficha de la taquilla. El cliente atravesaría una cortina de cadenitas metálicas (cuyo ruido y simbología parecen despertar los sentidos) y se sentaría para desvestirse. Sus pertenencias quedarían guardadas bajo llave y el cliente accedería a la gran sala de sauna cubierto sólo con la toalla. En el vestuario la presencia de espejos y secadores de pelo, alude al legendario narcisismo homosexual.

Elmgreen & Dragset han dispuesto algunos trabajos que fragmentan la anatomía masculina de la escultura griega antigua, ampliándola y multiplicándola, dando lugar a un friso de aire pop, de pliegues inglinales, curvas praxitélicas, torsos y glúteos. Un aperitivo de belleza idealizada y grácil, tras el que encaminarse a la gran sauna.

La puerta, abierta a medias, permite distinguir la luz morada del interior. Ambas invitan a la participación visual –el voyeurismo- y a una participación más experiencial. Las proporciones, la cualidad del espacio arquitectónico son magníficas. Sentado en el banco del fondo, imaginas estar en un ágora, en un templo, en un paraíso terrenal. Un territorio seguro, como podría serlo una clínica suiza o una galería de fuste. Un espacio que ayudaría a la experiencia estética de lo sublime.

A la izquierda, dos urinarios enlazan el desagüe de acero en una suerte de lazo que recuerda a los adornos de boda y celebraciones. Ironiza sobre la promiscuidad, el compromiso y el romanticismo de los encuentros casuales. El objeto icónico duchampiano (aunque el urinario no esté invertido) se aproxima a la obra de Jeff Koons, eternamente festiva.

Sin embargo, el gran protagonista de la sauna es la escultura del semidios, quizás un héroe, en mármol blanco, a gran escala. Apuesto y vigoroso, dormita recostado, encarnando la imagen inequívoca de la indolencia y el placer. Su mano izquierda, detenida con elegancia en el aire, se conecta por medio de un apósito y una vía intravenosa a un gotero del que pende una bolsa de plasma. La visión romanticista del VIH nos sobrecoge.

Cerca del héroe dormido, un biombo dirige al cliente a una sala cuya puerta permanece cerrada. Quizás sugiera un reservado, un espacio de dimensiones reducidas que nunca falta en la sauna. Y muy cerca, los jeans en el suelo ayudan al espectador a reparar en el tipo de biombo del que se trata: un soporte de glory holes. Es un templo (glorioso) de placer.

La última dependencia es un solarium con piscina. El cúlmen del hedonismo y otro de los grandes mitos gays. El escenario elegido por Elmgreen & Dragset para el desenlace dramático.
Parece que hasta hace muy poco, un hombre estuvo leyendo en una de las dos tumbonas (dispuestas como para una pareja), El color prohibido de Mishima, y al recostarse, desordenó las toallas. En cambio, las toallas de la otra tumbona permanecen intactas. ¿A quién esperaba?

Y semihundido en la piscina, un hombre pulcramente vestido yace boca abajo ocultando su rostro. Los detalles de la narración están sabiamente elegidos. Es el retrato del hombre blanco gay de éxito y porvenir brillante. Corpulento, alto, de cabello rubio, alredor de 50 años, con elevado poder adquisitivo y gusto refinado. Un hombre sistemático y tenaz, a juzgar por la escrupulosidad con la que dispuso sus zapatos en el bordillo y dobló sus calcetines antes de suicidarse.

Sin embargo, como todos sabemos, el cadáver es reciclado. Comenzó a ahogarse en una piscina privada en Venecia y ahora hace lo propio en Madrid. ¿Quién sabe a qué otra piscina se dirige? Quizás intenta regresar a la piscina de su hogar, probablemente, Berlín. Es posible que se trate del nadador del magnífico relato de John Cheever (interpretado en el cine por Burt Lancaster –uno de los grandes iconos LGTB de Hollywood-). Elmgreen & Dragset creen en la existencia de una hilera de piscinas, en una corriente casi subterránea que recorre, no el condado, sino la sociedad contemporánea, en la que
el espacio de la población gay es un territorio asfixiado por la banalidad, el cliché y el consumo, que produce alienación, dolor y desasosiego.

El narciso insensible e insolentemente joven, vestido con mini-shorts y camiseta, el efebo -objeto universal de deseo del ambiente-, luce palmito en los muros del solarium. El nido y las sandalias pequeñas que hallamos en el vestuario, le implican en el drama. ¿Fue su abandono lo que precipitó al amante al suicidio? ¿O quizás el efebo le ahogó?
No hay respuesta posible, aunque Mishima y Winckelmann entenderían.

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