miércoles, 2 de marzo de 2011

LA ARBITRARIEDAD DEL REALISMO

El efecto del cine. Ilusión, realidad e imagen en movimiento. CaixaForum Madrid.

Adrián Silvestre


CaixaForum Madrid nos invita en esta exposición a analizar los límites entre la realidad y la ficción, a través de ocho piezas audiovisuales de artistas internacionales, que trabajan en torno al fenómeno del realismo.


Lo cierto es el realismo siempre fue un tema recurrente en la historia del arte, abordado por pensadores y artistas de todas las disciplinas. Muchos de ellos buscaban la verdad a través de la mimesis. La razón, según Sócrates, es que los hombres buscamos la verdad para trabar a partir de ella. Sin embargo, tendríamos que preguntarnos si la mimesis responde a una verdad y por qué nos seduce tanto si es manifiestamente una pantalla entre nosotros y lo real.


Aunque Platón prohíbe al arte humano llegar a ninguna verdad, Aristóteles considera que el hombre no puede prescindir de practicar la mimesis. Si partimos de la base de que la verdad es inalcanzable, deberíamos considerar que lo que produce el arte no son más que semejanzas, con mayor o menor fidelidad a su referente. La historia del arte nos ha acostumbrado a la semejanza de las imágenes. Esto se debe a que confiamos en el testimonio de nuestros sentidos; creemos en lo que vemos. Por eso siempre buscamos cierto grado de semejanza en lo que vemos. Habría que definir entonces el concepto de semejanza.


Jacques Aumont , en su libro La estética, hoy, define tres términos en la operación mimética: el modelo, la operación (el procedimiento) y el resultado (la imagen análoga).


Desde el punto de vista empírico, la semejanza nos produce la ilusión de que una experiencia sea indistinguible de otra que realmente es distinta, a través de los sentidos. Desde el punto de vista ontológico, la imagen se parece al modelo, pero según la idea mental de modelo que tiene el creador (por ejemplo, los retratos), sea cual sea la disciplina. Desde el punto de vista semiótico o analítico, la imagen se refiere a un mundo real, sin que ello implique que el símbolo y aquello a lo que se refiere se asemejen; la semejanza entonces no es necesaria para la representación, ya que no tiene nada que ver con la simbolización del mundo.


La imagen especular es la vía fácil de reduplicación de la geometría de las apariencias; un instrumento superficial. Representar no debería ser pura geometría, sino también pasión e invención, para alcanzar un pensamiento. Entendiendo la mimesis como un proceso arbitrario sometido a los sentidos, las artes del siglo XX comienzan a fabricar mundos a través de la simbolización, discerniendo entre asemejar, referir y representar. Cada disciplina y cada artista aborda el realismo desde una perspectiva distinta. En literatura, Flaubert (fijándose en lo banal), Balzac (en lo fantástico y retórico), y Zola a través del naturalismo; un proyecto científico que describe la sociedad humana. Mientras que para el naturalismo la creación artística es un promedio inerte, el realismo reivindica la construcción de un mundo imaginario que produce un fuerte efecto de realidad.


Pero es el cine el arte que nace apoyándose en realismo; representando en el arte originales que sean realidades, y no ideales. Casi todos los géneros narrativos de cine han recogido las técnicas de la novela realista del siglo XIX, investigando, como Zola, la sociedad de los hombres, reproduciendo el mundo de las percepciones cotidianas, si distinguir entre vida real y film.


Pero a pesar de considerarse más “natural” por sus equivalencias perceptivas, también está construido a partir de convenciones; hay que tener en cuenta la binocularidad, los límites del cuadro, la ausencia de color en su momento, y un sinfín de procesos artificiosos que se ponen de manifiesto en esta exposición.


Al fin y al cabo, como dice Bazin, el hombre se expresa en la imagen, pero también se siente tentado de rehacerla. Este conflicto se traduce en una doble naturaleza de la imagen: ilusionista y expresiva. El cine ha liberado la pintura de su tarea mimética-ilusionista y ha incrementado su capacidad expresiva, produciendo credibilidad absoluta, por su supuesta objetividad en tanto en cuanto es semejante a su referente. Esta objetividad ha sido reivindicada por varios movimientos de las historia del séptimo arte; el neorrealismo, la nouvele vague, el free cinema inglés, los documentalistas, o el más reciente cine dogma.


En esta exposición, las ocho piezas se distribuyen en un acertado montaje que según diferentes aspectos técnico-narrativos, van describiendo los recursos que, en búsqueda la credibilidad más absoluta, se legitimaron a través de estos movimientos y hoy siguen vigentes, pero no dejan de ser artificiosas. De este modo, se desvelan los mecanismos del cine de ficción, los carriles del travelling en la recreación del encuentro de Martha (R.W.Fassbinder, 1974) para Tuin (Runa Islam, 1998), y en los decorados de Hollywood, meca del artificio en New York, New York, New York, New York (mungo Thomson, 2004). Pero también del documental; (quizás el género más tramposo) en la magnética obra Fantome Creole (Isaac Julián, 2005), que agota las posibilidades combinatorias entre personajes, paisajes y metáforas, y en la compleja Godville (Omer Fast, 2005), donde el frenético montaje de los testimonios pone de manifiesto su poder manipulador. Una loable oscilación entre los dos géneros es representada en Lonely Planet (Julian Rosefeldt, 2006), que pasa ingeniosamente del reportaje de viajes al musical de Bollywood, omitiendo o resaltando la ubicación y el poder de la cámara, la importancia de la música en la diégesis, la complicidad o indiferencia de los extras; un bucle lleno de pequeñas reflexiones metalinguísticas.

El casting es el formato clave en otras dos piezas. En John (Ian Charlesworth, 2005), ya no es una herramienta para una producción posterior, sino la obra en sí misma, que nos recuerda las instrucciones e indicaciones al actor que nunca escuchamos pero que siempre están ahí. En el caso de Double (Ferry Tribe, 2001), propuesta interesante en su concepción pero débil en su ejecución, la artista convoca un casting para que otras mujeres la representen en su vida cotidiana en Los Ángeles, justificando al mundo y a ella misma sus convicciones de artista, consiguiendo en su narcisista ejercicio mimético que las cinco produzcan el mismo hastío.


En su conjunto, El efecto del cine es una exposición idónea para un centro de cultura contemporánea, accesible para públicos de lo más diversos que podrán reflexionar, durante un par de horas, sobre la arbitrariedad del concepto de realismo del arte.

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