domingo, 20 de febrero de 2011

¿Así se baila el siglo XX?

Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?

Comisario: Georges Didi-Huberman

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Del 26 de noviembre del 2010 al 28 de marzo del 2011.


Maria Mallol González

En esta exposición titánica, que hace honor a su nombre, Georges Didi-Huberman intenta trasladar el método de trabajo que siguió el historiador del arte Aby Warburg a principios de siglo XX a su propio terreno como historiador del arte y filósofo. Huelga decir que este trabajo lo ha desarrollado Didi-Huberman a lo largo de su extensa bibliografía de una manera magnífica. El caso, como veremos, es intentar averiguar si el formato exposición es un buen colofón a esta trayectoria de investigación o si, por el contario, la dispersión a la que este nos aboca no tendría mejor final en una prosa ilustrada.

El atlas se puede describir como una forma visual del conocimiento, que intenta sistematizarlo y por esta razón suele ser problemática. No menos problemática para el visitante resulta esta exposición que, entre otras cosas, relaciona esta labor de sistematización del investigador con los métodos de trabajo de los artistas. La idea de la práctica artística como investigación –y como signo de una sistematización subjetiva del mundo- atraviesa las salas, apoyándose en la estructura de la muestra que, muy acertadamente, ha dado una importancia crucial a los ejes espaciales, siendo el vertical los resultados del trabajo (las pinturas, los cuadros, las proyecciones) y el horizontal el espacio operativo, la superficie del juego (esbozos, fotografías, postales). Una de las propuestas más interesantes es que se subvierten estos ejes, por ejemplo con la posición vertical de los Werkzeichnungen de Franz Erhardt Walther. El dibujo/esbozo y la fotografía son, por otro lado, las técnicas o métodos de trabajo que cambian más a menudo este eje, revelando su origen de notas de trabajo, de herramientas idóneas para captar una idea o un momento fugaz.

De la misma manera, la proyección d’Histoires du cinéma (1998-98) nos remite a la eterna horizontalidad de la moviola o de la línea de tiempo en los programas de edición, a la vez que nos recuerda la naturaleza díscola del montaje, abriendo una brecha hacia la vertiente de la apropiación de parte de la cultura visual para convertirla en un imaginario propio. Por otro lado, también es verdad que esta obra aparece como una nota a pie de página, pues a mitad de una bien iluminada sala de exposición no se pueden disfrutar las imágenes ni de la soledad que garantiza la oscuridad deseada.

Dice el comisario en el folleto de la exposición, que este proyecto “constituye una nueva forma de contar la historia de las artes visuales alejada de los esquemas históricos y estilísticos de la crítica académica del arte”. Bueno, aquí deberíamos discrepar estrepitosamente, pues si el proyecto que entreveíamos en sus escritos y en el espeso texto del catálogo sí que encajaría con esta descripción no lo es la exposición, que cuenta una historia del arte bastante canónica, a juzgar por los nombres que forman parte del elenco de las obras escogidas. No hay que olvidar que la muestra empieza con Goya y Nauman y en sus salas se exponen obras de artistas considerados esenciales en el desarrollo de la historia del arte del siglo XX, si bien siempre dentro del discurso museístico, en consonancia con el del Museo Reina Sofía de los últimos tiempos. Como dice la canción de Hidrogenesse, cuyo título he tomado prestado, el siglo pasado se baila con las grandes guerras, los avances de la ciencia, los artilugios domésticos, Mao Zedong, el feminismo, y el rock and roll. Claro que la exposición Atlas no pasa por Oriente, ni por los feminismos y ni que decir que ni pisa un atisbo de la cultura popular. Y es que puede parecer una lectura reduccionista de la exposición, pero está claro la exposición se centra en los motivos del arte Occidental –léase Europa y América, con posición estelar de Francia y Alemania, respectivamente. En este sentido, la muestra es totalmente moderna, ancladamente moderna, pues incluso remite continuamente al afán de coleccionar, de ordenar, de clasificar con el objetivo de buscar patrones que se repitan, una manía típica de las postrimerías del siglo XVII y que hemos heredado los siguientes. La suerte que tenemos es que algunas obras expuestas boicotean este afán a modo de caballo de Troya. Véase la maravillosa muestra del trabajo de Dennis Oppenheim en Cobalt Vectors-An Invasion (1978) o el storyboard que Robert Smithson hizo para su Spiral Jetty (1970).

Como vamos viendo, la exposición lleva camino de convertirse en un cajón de sastre en que el visitante se encuentra confundido por los nombres de las salas y las obras que están en ellas, que si bien algunas tienen la virtud de poder estar en todos los ambientes hay otras que parecen un pulpo en un garaje como, por ejemplo, el cuadro de Tàpies Tovallons plegats (1973). Hay motivos que se dispersan por la exposición como es el personaje del flâneur, los planos, los libros de bocetos, temas que en sí mismos constituyen una fuerza de oposición a la muestra, pues la idea de Atlas (la exposición) fluye entre ellos a la vez que intenta dar una cierta forma metodológica imposible, coherente con el Atlas (libro).

Sin embargo, este intento de ordenación confiere a la exposición un aire de proyecto romántico e inalcanzable, propone una secuencia lógica atractiva para el visitante, aunque luego devenga en una irremediable confusión. Quién sabe si como empresa titánica su resultado no habría de ser este, pues la imposibilidad de organizar el arte, igual que la del mundo, deviene necesariamente en un caos personal e inaccesible para otros.

1 comentario:

  1. La canción de Hidrogenesse, por si genera curiosidad, la podéis escuchar aquí: http://open.spotify.com/track/4qUaEAeGKGPDQMbVDKayYz

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