lunes, 28 de febrero de 2011

El constructo de “lo real”

El efecto del cine: Ilusión, realidad e imagen en movimiento

Caixaforum, Madrid

Desde el 28 de enero al 24 de abril de 2011

Lidia Mateo Leivas

Una imagen se queda grabada en mi retina: en la pantalla de un cine de la India se ve a un mochilero de espaldas en una barca aproximándose a una de las orillas del río Ganges. En la orilla, los indios lavan la ropa o simplemente pasan el rato con los suyos. La escena nos muestra así a los indios en un cine viendo cómo un occidental los ve a ellos. Pero, más allá de eso, si conseguimos salirnos de nuestra propia retina, de nuestra perspectiva, podemos observar cómo los occidentales (nosotros, desde la sala de exposiciones) vemos a los indios mirando a un mochilero que, a su vez, los está mirando a ellos. Es decir, el cine dentro del cine, como si de muñecas rusas se tratara; o una magnífica representación de la subjetividad, aquélla a la que le es imposible escapar de su propia mirada y que ve con extrañamiento cómo es observada por otros. Las pantallas proyectadas, como barreras infranqueables, separan cada una de las realidades, evidenciando así el abismo que existe entre las distintas dimensiones proyectadas y la incapacidad, tanto de unos como de otros, de llegar a interiorizar la esencia del Otro.

Esta es sólo una de las imágenes del vídeo de Julian Rosenfeldt, Lonely Planet, que se exhibe junto a otros siete en la exposición organizada por Caixaforum, El efecto del cine: Ilusión, realidad e imagen en movimiento. La muestra está dividida en dos partes denominadas realidad y sueño, que serán, cada una de ellas, expuestas en Madrid y Barcelona respectivamente. La verdad es que resulta un tanto absurdo que, teniendo en cuenta que ambas forman parte de una misma exposición, no puedan verse indistintamente en las dos ciudades. De cualquier modo, la muestra es una buena oportunidad de ver los trabajos de ocho artistas internacionales contemporáneos: Omer Fast (1972), Isaac Julián (1960), Runa Islam (1970), Kerry Tribe (1973), Paul Chan (1973), Mungo Thomson (1969), Ian Charlesworh (1970) y el ya mencionado Julian Rosenfeldt (1965).

Con el realismo como hilo conductor, los ocho artistas van dando, a lo largo de la exposición, su particular aproximación a la realidad y las formas en las que ésta se construye o se manipula. Así, recorremos a hombros del mochilero las calles de la India que, más que una certera percepción del lugar, se tornan decorado. Confundimos la inestable frontera entre la ficción y la realidad en Godville, la video instalación de Omer Fast. Paseamos por las solitarias calles de Nueva York en la video instalación de Mungo Thomson, para acabar cayendo en la cuenta de que lo que nos rodea no son imágenes de una verdadera ciudad, sino los decorados ficticios que Hollywood ha conseguido llevar hasta el estatus de lo real. De la mano de Ian Charlesworth vemos cómo un chaval de Belfast representa su propio estereotipo, en el que predomina el comportamiento violento como producto del contexto social en el que se desenvuelve. Runa Islam, en otra video instalación, nos hace conscientes de los trucos y técnicas que en las pantallas del cine quedan fuera de campo y que tratan de construir una recreación verosímil del mundo. Nos adentramos en la espectacular video instalación de Isaac Julián, quien, mediante cuatro pantallas de gran formato, analiza el cine, el paisaje, las metáforas y los personajes que recorren ambientes tan dispares como Burkina Faso o el norte de Escandinavia. Kerry Tribe selecciona actrices de parecido físico a ella para que la representen en un ejercicio de reflexión identitaria, algo que bien podría rozar el egocentrismo narcisista. Para finalizar este recorrido por aquello que se torna real pero que se funde en esencia con la más absoluta ilusión ficticia, Paul Chan nos sumerge en la animación que proyecta sobre el suelo de la sala y en donde productos de consumo ascienden a la vez que figuras humanas caen precipitadas hacia el abismo de la realidad capitalista predominante; una recreación simbólica del ascenso y triunfo materialista, que nos conduce irremediablemente a lo que Fredric Jameson definiría como el ocaso de los afectos.

Esta exposición desvela en su recorrido una obviedad, que la realidad es una construcción y que, como tal, está sujeta a los deseos de su creador. Esta obviedad puede, sin embargo, no resultar tan evidente dentro de una cotidianeidad en la que los referentes a veces se tornan difusos. Los mecanismos para construir la realidad (la historia, la memoria o la identidad) a lo largo del tiempo han sido muy diversos, aunque recientemente el cine, o más bien el formato audiovisual, ha adquirido un papel protagonista. La historia es recordada hoy visualmente gracias al cine histórico, de forma que nuestra percepción de los lugares o de las culturas lejanas está muy determinada por la imagen que el cine o los documentales nos proporcionan. Asimismo, los medios de masas eligen y seleccionan las noticias que se sedimentarán en nuestro inconsciente para pasar a formar parte de nuestra memoria colectiva. Los realities, la publicidad y otros programas televisivos (re)crean así una imagen social que en la mayoría de los casos puede resultar engañosa. Es decir, nuestro imaginario colectivo no es sino un constructo social sujeto a los deseos y exigencias de una época y lugar, algo que debería reclamar de nuestra parte una mirada crítica que al menos pusiera en tela de juicio su veracidad. Es decir, que la realidad no es ni neutral ni objetiva y resulta por tanto necesario cuestionar las capacidades o la intencionalidad del cine o, en general, del formato audiovisual, a la hora de construir la realidad, por su capacidad tanto para tergiversarla como para manipularla o, simplemente, silenciarla.

Recapitulando, podríamos concluir que la realidad no es una, sólida e inamovible, sino una multiplicidad líquida y cambiante, transmutable y susceptible de revisión, y frente a la que se puede reaccionar en caso de que se encuentre interesadamente estructurada. En este sentido, una buena opción ante el excesivo bombardeo y manipulación de la información en el mundo actual podría ser la de un realismo crítico, que se replantee su función social dentro de un diálogo moral con lo cotidiano; como aquél que defendía Guido de Aristarco en tiempos del neorrealismo italiano.

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