lunes, 14 de febrero de 2011

Hablar del margen

Julia Poch

Off Escena: Si yo fuera rico...

Cabello/Carceller

Abierto x obras. Matadero.

El antiguo frigorífico del matadero de Madrid reconvertido en Centro de Creación Contemporánea, alberga estos días el último proyecto del tándem Cabello/Carceller, una instalación de grandes dimensiones y amplios planteamientos, titulada Off Escena: Si yo fuera.... Se trata de una reflexión que abarca varios de los parámetros de un tema que viene ya desde hace unos años derramando mucha tinta, el lugar que ocupa aquel que no forma parte de la mayoría, el otro, el que está al margen. El público se encuentra con un escenario vacío soportado por una estructura de metal entramado que se proyecta más allá de éste, sosteniendo una gran pantalla cuya imagen puede verse sentado en una gradas. La relación con el título es obvia, puesto que el cuerpo mismo de la obra, la película, ocurre fuera de escena, casi entre bastidores, frente a unas gradas improvisadas y poco acogedoras. El espectador se siente pues arrojado a las afueras de la acción, de la misma manera que las cuatro protagonistas de la grabación, viven aisladas del mundo. Aisladas por su condición de presidiarias, pero también por su condición de mujeres y por el encerramiento a que son sometidas en la ficción que propone la obra.

Es una reflexión entorno a los márgenes sociales establecidos por el discurso hegemónico que utiliza aquello situado en estos para legitimarse. Existen pues dos espacios, el espacio de dentro y el de fuera. El de dentro, lo hegemónico, tiene el poder de controlar aquello que se encuentra en sus límites. Las estructuras de poder mantienen a sus propios márgenes bajo un control represivo creando unas relaciones sociales sujetas inconscientemente a los parámetros establecidos por el discurso prevaleciente. El cine y el teatro, como ficciones contrapuestas a la supuesta realidad, son los modelos que utilizan las artistas para tratar este mismo tema en su obra, dándonos también a entender que la frontera entre lo que es ficción y lo que no lo es, no puede delimitarse completamente. Así es, como espectadores asistimos a la proyección de unas imágenes grabadas en el mismo lugar donde nos encontramos y que nos vinculan irremediablemente con esta ficción. Puesto que aquello que vemos como real está contaminado por lo ficticio, lo uno depende y participa de lo otro, el discurso de la estructura de poder es también una construcción y por ello debe ser puesta en cuestión.

El modelo que para ello se nos propone en esta instalación es el de “Pregunta y Habla”, dos palabras que nos ordenan que entremos en acción, poniendo en cuestión el sistema establecido y dando nuestra opinión al respecto. Nos enfrentan a la responsabilidad que tenemos como sujetos relacionados con otros sujetos de dar visibilidad a aquello que ha sido arrojado a los márgenes sociales. La sugerencia a gritos que nos está dando la obra es que demos la cara a lo poderoso a través de sus mismas armas que son lingüísticas, palabras y conceptos que utiliza para convencer a los individuos. Así, el ampliamente difundido concepto de seguridad legitima la exclusión de ciertos colectivos susceptibles de ponerlo en riesgo. Mientras que el concepto libertad, o la amenaza de su privación, ayuda a normativizar los comportamientos de los individuos, que de tan manipulados y convencidos dejan de tener voz propia, perdiendo la dimensión de sujetos y pasando a ser meros objetos. Los sujetos imprevistos a los cuales apuntan Helena Cabello y Ana Carceller en su obra son aquellos que se atreven a desafiar esta situación, sabiendo que sólo los que tienen conciencia de vivir al margen del sistema, pueden ponerlo en cuestión y esa rebelión debe hacerse, en un primer momento, a través de la palabra.

El espectador comparte la reclusión en la que viven las cuatro protagonistas de la película. Aunque no se encuentre confinado en un centro penitenciario, vive entre las barreras que le impone el discurso hegemónico. Al penetrar en el espacio de la obra de arte, está dejando de lado su vida cotidiana y entrando en una esfera diferente, a la que no pertenece pero por la que puede circular y conectar con su espacio de procedencia. Las imágenes también nos remiten y nos ponen en relación con una otredad en la que nos encontramos incluidos cuando la cámara graba las gradas en las que nos sentamos. Somos tanto parte de la obra en sí, como del espacio artístico que ocupa, como del mundo que está más allá de la puerta del Matadero. Las esferas se interrelacionan y pierden sus límites. La claridad de estar dentro o fuera se diluye, dejando paso al entendimiento de que, de alguna manera, todos estamos sujetos a las estructuras de poder y limitados por éstas. La identificación con las presidiarias aumenta cuando la grabación llega a su punto culminante, en que las cuatro mujeres cantan la versión española de If I were a rich man.... No en vano, las artistas han escogido la música como medio de transmisión. Si el espectador ya estaba descolocado espacialmente, ahora lo está emocionalmente. La música conecta con su yo sensible y el leitmotiv de la canción “si yo fuera”, le recuerda su propia experiencia de anhelos incumplidos. Aunque la obra consigue cuestionar las estructuras sociales de poder, deja al espectador con una sensación de nostalgia y fatalismo. Ahora que conocemos la naturaleza de las relaciones sociales en las que estamos incluidos, debemos preguntar y hablar pero ¿la denuncia y el cuestionamiento servirán de algo, conseguiremos habilitar un cambio? El tono del vídeo no consigue indicarnos que sí. Por un lado, las cuatro mujeres no parecen saber cuál es el camino y por otro, el “si yo fuera” permite que el público se escude tras este condicional: si yo fuera capaz hablaría, pero no lo soy.

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