lunes, 21 de febrero de 2011

Leer lo nunca escrito


Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?
Comisario: Georges Didi-Huberman
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Del 26 de noviembre del 2010 al 28 de marzo del 2011


Lidia Mateo Leivas

       La muestra que el Reina Sofía expone desde el 26 de noviembre de 2010 al 28 de marzo de 2011 titulada Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, es buena prueba de que no toda la cultura ni el arte que se exhibe hoy día se rige por los únicos preceptos de la rentabilidad. La exposición, comisariada por George Didi-Huberman, es un alegato a la reflexión, a la experiencia mental y sensorial, es un dispositivo del pensamiento que reta a la imaginación del visitante al requerir un esfuerzo por su parte, exigencia en la que, posiblemente, radique su potencial valor.
       Siguiendo la estela del Mnemósyne de Aby Warburg, el comisario ha planteado una exposición plagada de sugerentes imágenes conectadas entre sí mediante múltiples asociaciones. La estructura de la muestra se aleja del académico historicismo y trata de evidenciar otros hilos conductores que enlacen la historia del arte desde un enfoque distinto, más ligado al aleatorio, que no arbitrario, sistema de agrupación de los atlas. Y es que si tuviéramos que indagar en los precedentes de la historia del arte menos convencional, aquella que se basa en la deconstrucción derridiana, en el relato fragmentario, en la búsqueda de nuevos enfoques desde la que ser abordada, Warburg sería sin duda un referente indiscutible. La creación de Mnemosyne se concibió como una composición de reproducciones de piezas artísticas que, colocadas estratégicamente sobre una tela negra, daban lugar a múltiples significados o conexiones. Estos paneles icónicos eran entonces fotografiados para después poder organizar las reproducciones de un modo distinto, creando así nuevas interpretaciones. Esta forma de montaje de la historia del arte mediante reproducciones huye además de la tradicional pulsión fetichista por la obra de arte original, para centrarse en el valor simbólico de la imagen, así como en el lenguaje semiótico que subyace a la asociación visual como fuente de conocimiento transversal inagotable.
       Lo que Huberman trata de recrear en la exposición de Atlas no es sino una nueva organización de la historia desde su propia perspectiva, escogiendo para ello otras obras y ordenándolas de manera que planteen nuevas reflexiones. Huberman no ha pretendido así reunir las obras más espectaculares de artistas o pensadores que irían desde Goya a Hans Haacke, de Duchamp a On Kawara, de Guy Debord a Bruce Nauman, sino, más bien, compilar las obras más sutiles, las que demuestran una sensibilidad especial ante el mundo, un mundo que les sobrecoge y que es inconmensurable, pero al que, aún así, tratan de representar o acumular. Dividida en cuatro temáticas conceptuales que retan a Conocer por las imágenes, a Recomponer el orden de las cosas, de los lugares y de los tiempos, Huberman hace una selección de aquellos artistas que, por un lado, han tratado de comprender las imágenes, que han reconstruido su relación con el tiempo o su lugar en la historia del arte y en su mundo, artistas que han jugado con los desechos de la historia como traperos o arqueólogos de la memoria. Pero, por otro, recurre como leitmotiv a los atlas, tan recurrentes entre los artistas contemporáneos, como herramienta para almacenar el conocimiento infinito de la belleza morfológica del mundo o para cartografiar los lugares del pensamiento y de la naturaleza. Sin olvidar, en su vertiente más desgarradora, a los artistas que experimentan con la imagen desde su postura más crítica hacia el presente, aquéllos que, en palabras de Huberman, adquieren una actitud genealógica y arqueológica que revele [del presente] sus síntomas, sus movimientos inconscientes.
       Si bien es cierto que la muestra alberga obras sutiles y maravillosas que nos orientan dentro del entramado conceptual de la propuesta comisarial, otras, sin embargo, chirrían, bien por no alcanzar una profunda conexión con el discurso expositivo, bien por la flagrante ausencia de su presencia. Así, son faltas imperdonables tanto la ausencia de artistas femeninas, como de artistas no-europeos o no-americanos. Es posible que el comisario, como buen filósofo, haya centrado su esfuerzo en la (re)creación de una sólida base teórica, descuidando en cierta medida la aplicación práctica, es decir, una selección de obras meditada que sustente firmemente su discurso. Sin embargo, y pese a todo, siempre resulta fascinante observar lo insignificante en las fotografías de Rauschenberg, adentrarse en el perpetuo silencio de Pensar Bestias de Broothaers, indagar en la belleza extrema de Las formas originales del arte de Blossfeldt, descubrir la mesa de montaje (y de juego) de Giacometti, pasear por la calle ficticia de Gordon Matta-Clark, volar por encima de los paisajes tachados del recientemente desaparecido Oppenheim, retorcernos en la crudeza del memorial de Naomi Tereza Salmon, o comprobar la degradante actualidad de Fotografías de guerra, del propio Aby Warburg, hasta dejarnos llevar por las pasiones y el deseo del fenómeno del éxtasis de Dalí, que hacen que la visita a esta exposición sea una fabulosa manera de, en palabras de Walter Benjamín, leer lo nunca escrito.        
     Si, como dice Zygmunt Baumann en uno de sus ensayos, la cultura de la sociedad de consumo no es de aprendizaje sino principalmente de olvido, Atlas supone entonces todo un acto de resistencia ante tal imposición, ya que podríamos reducir el objetivo último de la muestra a un único elemento: la Memoria. No olvidemos que Mnemosyne, además de madre de las musas, era la personificación de la memoria en la mitología griega. La memoria, como esfuerzo de recordar, de conocer o de materializar lo que es susceptible de ser silenciado, lo sutil, lo callado o lo que puede resultar invisible o insignificante, es el verdadero y último objeto de Atlas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario